viernes, 11 de junio de 2010

Crimen en Socos

Tenía seis años cuando empecé a creer que las historias que me contaba mi Abuelo eran ciertas. Yo no las he visto, pero cada imagen está grabada en mi cabeza, puedo llorar, gemir de impotencia, apretar los puños y gratar: ¡Es injusto! ¡Paren!; al recordar algo que jamás he visto, pero estoy seguro que sucedió.

Se sujetó el cabello muy fuerte para no que no le impida al momento de la danza. María y otras mujeres más se sentían listas y más que preparadas para zapatear en el frio suelo del patio de una casa en Socos, donde Adilberto pedía en matrimonio a Maximiliana mediante el acto conocido como Yaycupacu.

La casa estaba decorada al tradicional estilo que contagiaba alegría, las paredes de barro tenían papeles de colores vivos que colgaban de un extremo a otro, estaba bien barrida, habían bancas recién pintadas alrededor y una mesa pegada con un mantel crema donde colocaban comida; digna de una fiesta que sería recordada en el pueblo, quien iba a pensar que pasadas dos generaciones aún sigue decorada en muchas memorias.

Una fría noche de Noviembre, cerca de la 9, cuando el novio y algunos invitados salían de la reunión para ir al encuentro de la novia, una patrulla de la policía llegó a la casa y les obligó a que todos se retiren a sus domicilios, ya que sólo tenían permiso hasta las 8 para realizar la fiesta. La mayoría de la personas estaban borrachas y protestaron, los policías tiraron disparos al aire y les pidieron sus documentos, luego en fila india ordenaron que salieran todos los invitados.

Las caras eran de sorpresa, miedo y desesperación, cada persona empezó a buscar a algún familiar con el que había venido a la fiesta.

Los llevaron hacia la Quebrada de Balcón.

Media hora de camino y no entendían por qué se los llevaban para allá. Hacía frio y las calles estaban vacías, el viento huía de la gente como prediciendo lo que iba a suceder. Todos caminaron en fila india como lo ordenó Alberto Dávila, el que estaba a cargo. Se detuvieron en Allpa Mayo.

Se acercaron y ese momento lo quise cortar de mi memoria, quemarlo si lo tengo escrito en mi cabeza. Separaron a las mujeres jóvenes, les ordenaron que se quitaran la ropa. Una chica empezó a llorar desesperada y otras más la siguieron. Alberto Dávila se acercó a la que inició el llanto comunal, la jaló del cabello hacia atrás y con la otra mano le alzó la falda.

Abusaron de todas las muchachas. Luego llevaron a todos los campesinos a Balcón de Huaycos, más o menos ya llegada la madrugada les dispararon a quema ropa. Agruparon los cadáveres e hicieron explotar granadas, las piedras caían encima ocultando los cuerpos. Ni aún todas las piedras de un cerro hubieran ocultado esa noche de mí. Murieron en total 32 habitantes de Socos.

La única sobreviviente y por la que yo estoy relatando este hecho es María Cárdenas Palomino, la madre de mi abuelo. Ella cayó al barranco por el favor de Dios y no alcanzó los disparos. Abuzada y moreteada se escondió y cuando los policías se fueron ella regreso a Socos en busca de ayuda. Hasta hoy se recuerdan estos hechos que marcaron la vida de los que nacimos después, de algunos que se crearon otra vida luego de que sobrevivieron al terrorismo, de haber sufrido los excesos y delitos de la policía.

Fuente.

inspiración del libro HATUN WILLAKAY. Versión abreviada del informe final de la comisión de la verdad y reconciliación. Perú (LAS EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES EN SOCOS - 1983)

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