jueves, 5 de septiembre de 2013

Esa última pregunta de tu primera vez



Cuando se piensa en arquitectura solo se piensa en... ¿dibujar planos, en construir casas, edificios, llenar una ciudad?, ¿vender ideas? Se necesita más que una forma de pensar para definir lo que realmente nos mueve pensar en arquitectura.



Alguna vez quién no se ha topado con el típico interrogatorio de presentación que se toma al inicio de clases, en la universidad. Hoy solo voy a traer a la memoria tu primer día de primer ciclo. Ese  que muchos quisieran olvidar y otros no olvidan porque como dicen, “la primera impresión es lo que vale”.

Todo empieza cuando entras a clase sin mirar a nadie. Te sientas, acomodas tus cosas o algunos se quedan quietos porque se sienten observados. Luego de instalarte empiezas a mirar, primero al frente y luego a los lados para ver a toda esa gente rara como tú. Cuando volteas a mirar atrás, todos los de atrás te miran y es el segundo momento incómodo del día. El primero sería que llegaras tarde y encuentres todo el salón lleno. Por los nervios no ves sitios vacíos, todos te miran, son miradas de cachimbos nerviosos como tú, pero sus miradas te intimidan como si fueran estudiantes de decimo ciclo, esperando que cometas el mínimo error para que se empiecen a reír de ti. No querías mirar a nadie pero no te queda de otra que mirar para poder encontrar un espacio vacío. No querías que nadie te viera pero todos están sentados y tú eres el único parado con cara de nuevo.

Después de mi pequeño preámbulo sobre ese primer día (sólo para que no se te olvide tu primera vez), volvemos al tema inicial: El interrogatorio de presentación. Ese interrogatorio que pensaste ya se había dejado en el colegio, pero esta vez le agregan un par de preguntas más, para diferenciar que ya estás en otro level. Así que te piden que digas tu nombre, cómo quieres que te digan, cuál es tu edad, de dónde vienes, qué es la arquitectura para ti y por qué quieres estudiar esta carrera. Hoy solo quiero concentrarme en la última pregunta de tu primea vez.

Empieza el típico ritual de que te paras, dices tu nombre (algunos dicen su nombre completo), dices tu diminutivo más bonito (algunos dicen lo que nunca se les llega a decir), dices de dónde vienes (nunca falta uno que dice “de mi casa” y nadie de ríe). Las siguientes preguntas son de otro level.

Podría escribir todas las repuestas que he escuchado en mi vida y siempre terminaré riendo. Pero todas son válidas porque se perdona que alguna vez fuéramos cachimbos. Para no herir susceptibilidades solo contaré la mía. En ese entonces respondí: “No lo sé, lo sabré cuando termine mi carrera”. Creo que influyó mi estado de ánimo o desafié el ambiente de integración con tanta sinceridad. No mentí pero me equivoqué en lo último. No lo sabía, hoy tampoco lo sé del todo pero en el transcurso de mi vida lo voy descubriendo.

Cuando escribí mi primer informe sobre el ELEA reflexioné sobre lo que significaba para mí la arquitectura y no pude evitar recordar la última pregunta de mi primera vez.

Cuando yo pienso en arquitectura pienso en las personas, en la naturaleza, en la ciudad, en los problemas, en todo lo que no he mencionado y nos rodea. Puedo concluir mi definición que sin saber que encuentro la respuesta, la estoy “creando”.  Por eso para mí, la arquitectura es CREAR. Una ciencia y arte. Un perfecto complemento imperfecto. Y me quedo con la frase de LoisKhan que resume mi entrega hacia esta carrera: “El espacio interior es un secreto que se ha de descubrir disfrutándolo”.

En mi proceso de aprendizaje que no finaliza al culminar mis estudios, en la universidad o en la presentación de mi tesis de maestría, soy consciente que mi alimentación arquitectónica no solo se debe basar en las clases dentro de las aulas o con logros académicos. El empaparme de conocimientos y experiencias externas, forma parte también de mi formación. Con esto no desmerezco importancia a mis clases. Creo que de ellas depende el ejercicio de mi profesión más adelante.

Pienso que parte de nuestra formación no debería limitarse en asistir a clases y tratar de aprobar “como sea” todos los cursos. Pasar de ciclo, terminar la carrera en el menor tiempo posible, sacar un título y encontrar trabajo. Porque si solo es eso lo que hacemos, seremos parte del futuro porcentaje de la PEA (Población Económicamente Activa) con título profesional. Pero ¿qué nos diferenciaría de los demás? ¿Con qué contribuiríamos a la sociedad que no sea solo en busca de nuestro propio provecho?

Todo este persistente pensar que no me deja quieta se debe a que hace un  tiempo atrás me enamoré. Sí, me enamoré. Me enamoré de la Arquitectura. Porque debo confesar que desde un principio nunca pensé estudiar esta carrera. Es más, pensé (como muchos estudiantes) no tener que involucrarme con alguna carrera que tenga que ver con “números”. Para mi mala suerte fue contraproducente el hecho de descubrir que la arquitectura no son solo números.
No fue un amor a primera vista.Cuando reaccioné y me dije que no quería ser una estudiante más me di cuenta que estaba enamorada.



domingo, 26 de mayo de 2013

Flaca, estás?

Necesito decir las cosas como se pueda. Decirlas si puedo, decirlas sin hablar, sin ser escuchada, sin dejar rastro. Decirlas sin decir pero decirlas.


A veces la veo y me he quedado con esa frase. Su frase. En realidad me he quedado con algunas cosas suyas. No estoy segura si las ha dejado o si yo sin pedirle permiso no he dejado que se las lleve.

Sigue siendo la que conocí. La chica extrovertida tan diferente a mí. Su sonrisa lo es todo y ella lo sabe. Su belleza no opaca su inteligencia y su forma tan madura de pensar resalta su belleza externa. Es ella sin pretextos. Sabe que la vida es una pero constituida por varias etapas en las que hay que, de todas maneras, arriesgar. Ella lo arriesga todo. Se lanza, no sin antes pensarlo. Lo hace. Siente que se siente bien, sabe que está mal, reflexiona y pasa la página como si no lo hubiera hecho. Esa es su forma de pensar que no altera la de ser.

¿Estás bien así? - me pregunta. 
A veces bien contigo, a veces mal sin mí- le digo sin mirarla y nos reímos. 
Nos reímos mucho. Me gusta ella. Porque saca lo mejor de mí y como es de intuir, también lo peor en situaciones. Las veces que nos vemos para conversar no son planeadas y termina siendo difícil ponerles fin.
Una vez me contó, lo recuerdo y casi no, que en un arranque de locura salió corriendo de la casa de un pata. Había estado tomando, bailando y pasándola bien con sus amigos. En algún momento de la fiesta le fue perdiendo el ritmo a la música y se fue a sentar alejada de la gente. Alguien le dijo hola desde lo lejos y la invitó a unirse al grupo. Lo siguiente no sé. Se fue con él a su departamento. Siguieron tomando y fumando. Ella aferrada a un cigarro y a muchos y a la poca costumbre de observación. Trató de explicarme que el chico quería algo más con ella y sin que me lo dijera yo la entendí. Ella seguía hablando mientras él la besaba. Ella solo quería seguir manteniendo la buena conversación y contacto que había encontrado en él. Pero el cuerpo sumiso y resentido de tanto alcohol no reaccionó en contra.

Mientras miro sus labios moverse, imagino su mano con el cigarro, imagino al pata, imagino la habitación, el mueble donde estaba sentada con las piernas recogidas, los vasos de whisky en el piso e imagino quebrándose a la misma cadencia que su desilusión. 

Se decidió hoy tampoco ceder. Se puso de pie y lo empujó sin impulso, cogió sus zapatos, su cartera, su conversación sin sentido, su dignidad desgastada y salieron de ahí. Corrió más de una calle, no le importó sentir el frío de la noche y la textura del asfalto recibiendo sus huellas. Estaba confundida y producto de ello eran sus lágrimas de su arranque de locura necesaria. No entendía y no se explicaba pero se consolaba. Había huido para encontrarse.

No sé qué tiene ella, que siento que aunque la veo poco, la conozco bien. Hago tan mías sus manías, su pensar y se me hace fácil corregir en mi mente sus errores. Como la de esa vez, como ahorita, como lo que hace dos líneas transcribí.

Ella no salió corriendo. Ella aunque no quiso se dejó llevar. Ella salió corriendo pero su cuerpo se quedó allí, inmóvil. Ella ahora me lo cuenta con toda la normalidad del mundo.  
Aunque ella no me quiera decir yo sé que hubiera querido que pase el final que escribí en mi cabeza. Pero ese final es mío y sus finales si existen no son finales. Siempre pone en blanco sus finales para comienzos.

Flaca, estás? - me dijo.
Y yo regresé de enmendar sus errores en mi cabeza.



lunes, 13 de mayo de 2013

Hola de nuevo.

Más de una vez he imaginado que mi verdad es ficción. Giro en torno a ella manoseando mis momentos, mis situaciones y casi siempre las distorsiono. 


Me pasaba de niña. Llegaba del colegio y en el proceso de desvestirme el uniforme sin darme cuenta tenía mis piernas estiradas y levantadas en posición paralela a la pared. Tratando de llegar a los más alto, me cansaba, cruzaba las piernas y me perdía en mi pensar.  Jugaba con mis vivencias ya pasadas en el plano Z de mi habitación. El tiempo que transcurría en esa posición no la recuerdo, pero si me recuerdo perdida o en algún lugar de mi día transcurrido.

Hoy también me descubrí  con mis piernas largas así, y mirando el techo. No sé cuánto ha pasado desde que no publico algo en este blog. No es mi diario, señores. Pero debo confesar que sí he escrito mientras he estado ausente, no lo suficiente, pero por la poca cordura que me queda, aún no me atrevo a publicar.

La más sincera verdad es que me he dedicado a vivir. Sí, a vivir un descontrol moderado. A escribir de forma empírica en mi cabeza. A tragarme angustias producto del imponente olvido. A dejar de lado el sentimentalismo y andar sin alma. A desnudarme sin mí. A mentirme a mí misma sabiendo que lo haré. A bailar hasta no parecerme. A intentar caer para saber qué se siente. A desperdiciar mi inocencia para no ser sorprendida. A perderme para encontrarme.

Tantas cosas que podría decir, más bien, escribir. O lo mejor que me sale bien sin dejar de  hacer las dos cosas, TRANSMITIR. 

Hola de nuevo.