martes, 23 de febrero de 2010

Me miras... Te miro I

Qué piensas al mirarme, al sentirme, al tocarme...



Me pregunto a veces, en qué piensas cuando me miras. Cuando sostienes la mirada y yo la mía para que sonrías.

Quisiera comprar eso que guardas en tu cabeza, la sensación que habla exactamnete de la belleza.

Daría todo por descubrir lo que piensas cuando me miras, mientras redundo en lo que escribo y tu suspiras.

Yo pienso que algo recuerdas viajando lejos en tu mente, porque tu vista en la mia es frecuente.

Te pregunto, esa frase q evades con tu mirar, a la cual tu no respondes, solo me observas sin parpadear.

...

domingo, 21 de febrero de 2010

El dolor que me gusta

"Escribo de lo que siento, porque conosco de las experiencias que me tocan vivir".
Hoy mi corazon se aceleró, al arriezagar en una aventurada travesía, la confianza que me gané durante años. Lo temporal de una emoción anticipada o lo eterno de un sentimiento verdadero.

No tengo ganas para detallar los hechos con palabras comunes, porque perderían su belleza. Mi vida es un relato con cáscara en diamantes. Sólo puedo decir que me siento abandonada todas las veces despúes de vivir la experiencia del dolor que me gusta.

Es así, me siento sola, me siento mal por entregar en más de un gemido mi alma, por entregar en un susurrado te quiero mi vida y dar por perdido mi valor.

Aunque me mienta minutos antes de entregarme a vivir, sé que el destino se encargará de hacer factible la separación, en una simple excusa. El tiempo será su complice y de nuevo me quedaré sola. Sola e imcompleta por él y la emoción anticipada del dolor que me gusta.

sábado, 20 de febrero de 2010

Vivo de tus suposiciones

Vivo esta realidad que me asfixia, donde como por crecer y crecen mis ansias de morir. Pero morir sólo cuando me siento así, como hoy.
Tengo un nombre, pero no te lo quiero decir porque no quiero que recuerdes mi nombre sino mi historia.

Hace días que no tengo fuerzas para caminar, no es fácil vivir con él. Ahora tengo que ir más lejos para conseguir las pastillas que necesito para ahogar mi ansiedad de calma. Aquí todos me conocen, saben como me llamo y que ya no salgo a la calle como antes.
Él supone que yo duermo cuando sale a trabajar por las mañanas, la verdad es que ya no puedo dormir, me quedo despierta toda la noche hasta que amanece, para esperar a que él se vaya y yo pueda vivir un poco más.
Abro los ojos me cercioro que él duerme, me destapo cuidadosamente, me siento, camino casi segura hacia el baño sin mirar atrás, sin mirar al tipo que no me destrozó la vida pero si me despedaza el alma con cada golpe que se convierte en mi ración del día. Entre el lavadero del baño, mi colillera, el fuego, la ventana abierta y yo tenemos una cita todas las noches.

Cierro la tapa, me paro en el retrete junto a la ventana y miro hacia la calle. Pienso, pienso mucho y demasiado que ha sido de mi vida, quien es ese hombre del cual me enamoré y cuando fue que sus dulces palabras se convirtieron en latigazos, que he aprendido a soportar junto con golpes que aún no me acostumbro. ¿Será tarde? ¿Aún hay esperanzas de que no me convierta en una estadística más?. Esas son mis dudas, más que mis miradas.

Solo sé que no quiero morir en sus manos pero si lentamente con mi llanto. Aún lo amo y no le dejaría un remordimiento tan grande como el de mi ausencia diaria y mi presencia en su conciencia eterna. Lo odio, después de amarlo y por eso no le doy el gusto de morir aún.

Abro los ojos cuando entra a la ducha. Me levanto y voy a la cocina a preparar el desayuno, llevo tres años de casada y no se cuanto con esta rutina. Lo dejo todo servido sobre la mesa de vidrio del comedor, él llega arreglándose la corbata que complementa su vestuario de ejecutivo graduado en la mejor universidad del país y con su mejor disfraz de marido perfecto. Me saluda con un beso en la frente, recoge el diario, toma su café, se despide y se va. Me quedo con todo servido pero ya no con las ganas de reproche. Ahora ya no digo nada, ni siento nada, recuerdo que la penúltima vez me toco ponerme hielo en la mejilla mientras limpiaba el jugo del piso y al día siguiente solo le dio un sorbo al café y me lo tiró en la cara. Supongo que no le gustó. No le gustó que me sentara frente a él y lo mirara mientras leía el diario, o no le gustó el café, o no le gustó como me lo enfrente el día anterior. No lo sé, por eso supongo, pero de que algo no le gustó eso sí es seguro.

Las suposiciones no son malas, pero cuando vives de ellas enfermas. Mi mamá me decía que la comunicación es necesaria en toda relación para que ésta funcione, me lo recordaba cada vez que la llamaba por teléfono.
Hace cuatro años atrás me tropecé con Aníbal en las escaleras. Doblaba en el descanso mirando hacia atrás despidiéndome de mi amiga y él bajaba con sus libros en mano. Fruto de mi distracción se le cayeron sus hojas de cálculos y una hoja que decía: "Vive de mis suposiciones", tiempo después me enteré que era un poema que supuse él escribió para su enamorada. Me ofrecí a ayudarlo y los dos recogimos los libros y las hojas, luego me invitó a una exposición de obras clásicas con sus amigos y nunca más lo volví a ver.

Fue muy interesante conocerlo, era diferente al resto de chicos que normalmente se dedicaba a las fiestas de la universidad los fines de semana. Yo no hablo mucho y aún menos cuando él lo hacía. Me encantaba verlo sonreír con cada frase mía que se convertía en alguna tontería comparada con sus pensamientos deslumbrantes. Me enamoré, fue él mi ideal pero no estaba segura de merecerlo. De su vida personal sabía poco, pero era suficiente para mi su nombre completo. Para ese entonces le escribía no tan seguido a mi mamá, no tenía mucho que expresar, solo que me iba bien en mis materias y que mi tía me seguía apoyando con los gastos del alquiler del departamento y que comía en la casa de alguna amiga.

Aníbal se traslado a una universidad mejor y sus amigos tampoco sabían nada más de él. Yo no insistí, deje que el destino se lo llevará como se llevó a mi papá cuando tenía quince. Fue diferente porque mi papá nunca regresó al mundo de los vivos pero Aníbal si. Yo continúe mis estudios con normalidad y duré muy poco tiempo con un joven extranjero que me quería mucho.

Un día después de mi graduación, se presentó en mi puerta con una rosa blanca, al único chico que tres meses después le dí el sí frente a un altar, el tiempo que le tomó terminar su post grado con honores.

Por las tardes pongo música en esta casa, donde el eco de mi voz me hace compañía. Limpio y cada quince días cambió de lugar las cosas para que todo me parezca nuevo. Cuando acabo me siento al filo del balcón, escribo sobre mi y después una carta a mi madre diciéndole que mis vacaciones se extendieron, entre otras mentiras más, finjo estar bien. Desde hace trece años que lo hago.
Al terminar la tarde llega él, si no lo hace de mal humor se da una ducha, cena conmigo y el televisor. Ya no habla como antes. Es decir ya casi no me habla. Termina, me mira, me agradece y se va a leer a su oficina. Y yo continuo comiendo sin prestar atención a las noticias en la tele suponiendo que le gustó la cena o estaba muy cansado como para hablar. Me paro y apago el televisor, recojo la mesa y me dedico a dejar todo limpio y ordenado.

Aunque me esfuerzo siempre por vivir a su ritmo perfecto, siempre existe una excusa que me aleja de mi tranquilidad y terminó llorando después de una agresión. Nunca se ha disculpado de levantarme la mano por eso supongo que me lo merezco y que yo tuve la culpa. A veces lloro de la nada, después de tomar mis pastillas para el dolor de cabeza y algo más.
¿Cuándo terminará? Supongo que viviré con este moretón en el alma, mi mamá soportó casi veinte años a mi padre y cuando él se quiso propasar conmigo mi mamá lo mató. Yo no tengo hijos que me escriban cada semana o me llamen cada cierto tiempo a la cárcel fuera del estado, ni por los cuales sobrevivir. Tampoco tengo las agallas, mi madre lo hizo por mí y yo tengo que aguantar para que dentro de diecisiete años más mi madre me pueda ver viva.

Estoy en la cama, escucho sus pasos hacia mi, se para enfrente.

-¿Desde cuando fumas?
-No, yo sólo...
-Te hice una pregunta
-Sólo lo hago cuando lo necesito
-Tú lo tienes todo, no necesitas esta porquería

Levanto la mirada y me tira una cachetada. -¡Eso sólo lo hace la gente cualquiera! -mi mujer no es una cualquiera.

Se dirige hacia mi cómoda, abre los cajones y empieza a tirar todo al suelo buscando mis cajetillas de cigarros. Me levanto y empiezo a recoger mis cosas, pisando sin darme cuenta los vidrios de mis perfumes y cuadros rotos.
-¡Basta! estás loco, estás destruyendo mis cosas, estás destruyendo mi vida.
Eso no le digo, eso sólo lo grito en mi mente y lo expreso en mi lágrimas. Hay muchas cosas que no me atrevo a hacer, ni decir por miedo. Hay algunas personas que no saben si existo aún, pero en el mejor de los casos suponen que estoy bien, viviendo un feliz matrimonio.

Mientras él supone que soy una propiedad más, y yo supongo que me toca continuar lo que mi madre me quiso evitar y no aguantó vivir. O supongo que me toca repetir lo que mi madre vivió. Estoy aquí dentro de mi armario, tengo mi cuaderno en mano y mi frasco de pastillas en la otra, por si me amenazo con dormir para siempre y querer que alguien encuentre mi historia.

Escucho sus pasos que dejan la huella del dolor anticipado, es casi de madrugada, estoy nerviosa y hago caer la rosa blanca disecada que llevo siempre en mi cuaderno, es suya. Presiento que está ebrio porque me busca desafiante por todos lados. Él siempre supuso que mi silencio es porque me merezco todo lo que me hace vivir. Y yo estoy segura de que a él no lo merezco.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Drogada del dolor

Cuando levanté la cabeza para atender a su llamado estaba lloviendo en un paisaje que dibuje en mi mente, él no lo podía ver, pero yo hasta me tome el tiempo para pintarlo con acuarelas. Quería salir corriendo para aferrarme a unos brazos que me hagan sentir niña otra vez, llorar hasta dormirme y seguir así abrazada toda la tarde drogada del dolor.

Hoy fue el día. El día en que me duele estar viva. Me duele el alma porque respiro. Respiro porque aun me queda vida.
Tenía el mejor plan de exponerme y no enamorarme, para arrastrar agonizante el alma de otro mortal, ése, el que se veía inalcanzable, lo tengo a veces tan cerca. Me prometí no entregar más de mi que solo besos y miradas traducidas en deseos ponzoñosos, pero he perdido, he entregado algo mas que mi propia vida no recuperable.

Lloré, lloré mucho, pero de qué sirvió, eso pensé antes de hacerlo porque ni siquiera él lo sabría. Entonces no valdría de nada. Igual seguí llorando hasta secar mi dolor.

He salido de mi capullo de niña a mujer, me pregunto si así se sienten todas las mujeres... incomprendidas.