martes, 22 de septiembre de 2009

Un sí pronunciado a mano.

Me preguntó si yo quería, si estaba segura de querer hacerlo, estaba de más o resultaba incomodo preguntar si tenía ganas.


He visto pasar ésta escena en mi mente más de una vez. Estaba sentada en aquel auto, a su lado sintiéndome niña, teniendo que tomar una decisión de mujer. Nos acompañaba éste sol cómplice de nuestras salidas, tratábamos de escondernos en la luz. Es difícil cuando no sabes lo que quieres, las decisiones en la vida, no tienen como alternativa un rojo o azul, son más que eso, en ese momento no sabía que hacer, si dejarme llevar por lo que quería o negarme a querer lo que quiero; no estaba muy lejos de elegir la forma en la que iba a morir, pero me daba pánico y me tenía miedo, porque me conozco, estaba entre un NO o un SI.

Su mirada fija en la mía esperando mi respuesta, era tarde pero cuando veía esos ojos el tiempo pasaba a formar parte de todo lo que no usaré y guardo en cajas debajo de mi escalera. Dije que sí, o quizás entendió que así fue, se bajo del auto entró al edificio y reservo una habitación, esos minutos allí sola fueron una eternidad, me arrepentí de haber dicho que sí y no me sorprendió, me detesto cuando pienso siempre después de hablar.


Regresó, se acerco para avisarme que subiera, dudando y no tan expresiva, bajé del auto, nerviosa, mentiría si dijera que me sentí como la primera vez, porque la primera experiencia, tarde mucho en superarla que me obligué olvidar. Entramos, él buscaba mi mano y no la encontró muy dispuesta, así que me sujetó de la cintura. Subimos las escaleras y pasamos por recepción, si me vieran con él dudarían de que veníamos juntos, a simple vista no tenemos nada en común, por ejemplo los tiempos, aproximadamente más de una década, pero tampoco nos confundirían como a un padre y su hija, aparento la edad suficiente.


Aumentaban mis nervios, seguimos caminando hasta llegar al bendito número que no recuerdo, pero sé que existe. Abrió la puerta, entramos, era amplia, sencilla y muy acogedora. Me dijo que me pusiera cómoda, tenía por costumbre abandonarme al don de observar cada detalle, me quedaba mirando todo alrededor, los cuadros clásicos, el color oscuro de las cortinas, el diseño del piso y las paredes, el juego de los muebles, y a él cuando se daba cuenta que me perdía en mis pensamientos.
Las mujeres sabemos cuando un hombre te dice que te extraña, pero no entendemos lo que realmente significa.

Lo miré y se acerco a mí, la medida exacta de lo que nos separaba eran milímetros, era casi un poquito más a comparación de kilómetros de separación, de horas, días y meses. Me abandoné a mis ganas de sentirme amada, su cuerpo junto al mío me otorgaba protección y me sentía tan pequeñita pero con poderes de súper heroína. Le arranqué un te amo para asegurarme de que tengo algún valor, y que entregarse no es sólo por instinto, ni placer.
Por momentos sentía que no valía la pena estar viva, como cuando detenía el tiempo con su mirada, yo me mantuve en silencio todas la veces que se pausaba el arte de besar, me preguntó si era feliz y yo le respondía, cuando estoy contigo lo soy, y me repetía la misma pregunta eres feliz hasta que le dijera que si.
¿Acaso era realmente feliz?, me miento diciéndome que sí, pero se lo dije porque quizás en ese momento con su presencia me sentía bien, porque no lo era cuando lo extrañaba en situaciones difíciles, algo que el no entendía, yo no era controladora, es demasiado pedir que me mensajera una vez al día y me dijera que me amaba, es acaso mucho llamarme para que me pregunte si necesito algo, o quizás exageraba al pedirle que quería que me recogiese cuando se me hacia tarde porque me molestaba las obscenidades de algunos hombres cuando caminaba, o como le explico a la persona que le entregue mi primera vez, que lo amo y lo necesito, pero no sólo “lo necesito” para demostrarle que lo amo “de está manera”, o quizás estaba equivocada al querer que me proteja.

Tenía tanto que reclamarle, pero no era el momento, ni tampoco el lugar.
Era contradictorio, quizás esa era la cuarta parte de la razón del porque no decía nada. Reíamos mucho, mientras jugábamos a entrelazar nuestros cuerpos y unir nuestras almas, no recuerdo cuando fue que me emprendí a jugar un “juego del grandes”, Recordé al tiempo, y me fijé que era tarde, así que nos alistamos para irnos, entré al baño y frente al espejo me arrepentí de haber aceptado, me miré fijamente, empañé el espejo con mi respiración nerviosa y me dieron ganas de llorar, no sé porque, o si lo sé pero no lo quiero admitir porque me duele el alma. Aún me duele.
Nos despedimos con un tierno beso y bajamos juntos aquellas mismas escaleras, pero me sentía diferente, como si algo de mí se hubiera quedado en esa habitación, pero ahora mi corazón estaba con él.

Antes de que me hiciese esa pregunta que al principio me ponía entre la vida y la muerte, me hizo prometer que después de estar juntos no me iba a poner mal, debo entender que se refería a que no quería verme llorar o mandarle mensajes que dijeran que me siento vacía, sola, y que lo necesito, reclamarle por teléfono que me abandona cuando me siento triste o huye de mi en mis peores momentos, para él eso era muestra de inmadurez.

 ¿Puede acaso una chica entregarse y dejar de lado los sentimientos?, y ¿hacer como si nada importante hubiese pasado?, lo cierto es que fue en vano haberle prometido que iba a estar bien, cuando yo sé que esa felicidad abstracta solo dura minutos. Si está lejos me siento triste y si él viene también, porque sé que se volverá a ir.

Es algo absurdo, como un SI escrito a mano, como todas veces que me miento y me hago creer que no me sentiré mal luego de dar un pedacito de mi entre sábanas. Una vez más me arrepentí de haber dicho que Sí aquella tarde.