domingo, 2 de mayo de 2010

Tus marcas

Me estoy haciendo daño.


No soy la única que conoce mi meta. Me he descubierto la piel que cubría mi herida. Esa herida por la que lucho y el daño solo lo recibo yo. Aún soy una niña, claro a comparación de un mundo ya vivido, no estoy empezando a caminar, estoy retomando el camino. Aunque pienso que estoy estancada en la fosa de la dulce venganza.
En esta ocación me imagino en una habitación sola, como una niña arrodillada mojándose con lagrimas pasadas, con un vestido rosa palido. No se si soy yo porque me veo defrente, ella juega con sus lagrimas y no levanta la cabeza. Extiende su mano y esconde la otra, no dejo de mirarla porque se parece tanto a mi y examino sus facciones, su postura, su rostro palido y sus ojos amoratados por el dolor.

Observo que acerca su mano hacia la otra, abro bien los ojos pero no me sorprende ver entre sus dedos un puñal y en ese preciso instante me da tanta certeza de que ella, soy yo.

Una tarde con ella.

Se había creado un silencio que lo podía medir con mis manos. Las palabras se formaron oraciones y conversamos hasta entrar a una de esas pausas conocidas en las conversaciones. Nunca me imaginé que un año después recordaría lo que olvidé al día siguiente.

La habitación estaba vacía y solo nos alumbraba nuestros ojos y nos mantenían con vida nuestros sentimientos. Trataba de controlar mi respiración, estaba frente a mí y no sabía cómo reaccionar. Me congelé por completo y en mi cabeza solo vibraba una frase…”No lo va hacer, no lo va hacer”. No sé porque me quede inmóvil, ni siquiera trate de alejar su rostro del mío. Veía sus ojos muy de cerca, esa sonrisa que me confundía sus verdaderas intenciones. Trate de pensar y recordar ese momento muchas veces. Yo conocía a ese ser que me puso muy nerviosa esa tarde que se convertía en noche.

Estábamos a oscuras en la sala de mi casa, me senté en el piso recostada en un mueble, se acercó a conversar, sostuvo mi mano y me parecía normal pues en la costumbre no había malicia.

Todo andaba bien hasta que una mano acarició mi rostro y sus ojos me observaban desde adentro, me quedé quieta, sonreí y no dije nada. Luego se acerco despacio, no sé de dónde venía la luz que alumbraba solo nuestros rostros pues la sala estaba a oscuras. Acercó su cara más a la mía y podía sentir su respiración. Nos sé porque no la aparte en ese momento. Estaba nerviosa y tenía miedo. Su rostro de acercó mucho mas y yo solo miraba sus ojos mientras que su respiración recorrió mi cara sin rozarla. Yo sabía que no me iba a besar la boca, no sé como hubiera reaccionado pero en el fondo pienso que me quedé inmóvil porque quería saber si lo hacía.

He tratado de imaginar mi expresión de ese momento. Nunca se lo comenté a mi amiga porque hasta hoy no tengo las suficientes razones para dudar que probablemente ella me quiera como algo más.