jueves, 24 de diciembre de 2009

Aunque no te conozca

Hoy tengo más de ti. Tengo las ganas de reírme locamente sin poner pausa a mis sentidos. Te extraño y por eso te quiero.



A veces pienso que si esto no es real, quiero volver a nacer para conocerte. Me acerco más a Dios porque él te conoce más que yo y tiene motivos para amarte y mantenerte con vida. Sabes que lo importante en mi vida, son tú y tu almohada, aunque no la conozco, la envidio. Quiero respirar el aire que tú inhalas cada mañana, despertar junto a ti con las risas de los niños sobre nosotros; como en las películas. Aunque ni siquiera tengamos una.

No te conozco pero te amo. Te extraño porque vivo momentos que no quiero recordar más adelante porque, como dije antes, me apuñalan. Necesito a alguien a mi lado, no sé si serás tú mi falta de ánimo o mi carcajada más excitante. Después de reír hasta ya no poder, disminuye mi alegría y mi sonrisa baja su intensidad. ¿Dónde estás? Porque cuando vuelvo a mi estado normal guardo silencio. Me miro al espejo y admiro mis ojos porque soportan unos segundos las lágrimas y luego se marchitan en mi rio.

A veces pienso en culparte por todo lo que me pasa, por todo lo que no conoces, por la infinidad de ideas y pensamientos que rondan en mi cabeza y yo no te cuento. No puedo hacerlo, te confieso que no sé cómo, nunca he practicado. ¿Dónde estás? ¿Por qué no me llamas? ¿Me muero por saber de ti? No le hagas caso a mi orgullo que siempre se activa cada vez que creo que te voy a conocer, he descubierto que se desilusiona cada vez que te ve de lejos.

Te extraño aunque no te vuelva a conocer de nuevo y me siga gustando el morado. Sigues siendo ese lapsus de alegría que por ratos regresa y me da vida. Si estás leyendo esto por vez primera regresa con la misma rosa que me regalaste la primera vez. Aunque no te conozca.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Mi por qué...

He muerto. Eso pienso cuando estoy despierta. Frente al techo, observo la nada y me miro en el reflejo de mis lágrimas. Ha pasado más de… No sé aún. No lo he calculado, pero sé que ha sido mucho y no tengo fuerzas para saber cuanto.
He dejado abandonado mi mundo, donde tenía sueños, ilusiones y hasta canciones hechas a mano.¿Cómo sé que estoy viva? Ayer me dormí abrazando a Yupensi y preguntándole a Dios, que he hecho con mi vida.Hace algún tiempo me despedí del capricho al que amé mucho y hoy me encuentro indecisa en la misma situación de hace algún tiempo. No lo dejé porque no lo quería. Yo lo amaba, pero creo que a todo lo que se considera preciado se le tiene que dar su valor, sino, no vale la pena tenerlo. No me gusta jugar con algo que digo querer. No creo en probar a echar a perder. Amo lo que considero importante para mi y le doy el lugar que se merece. Sólo que no era el tiempo indicado y no le podía dar el lugar que se merecía en mi vida.
Hoy en día una relación nace de un gusto. La sensación de atracción de dos seres que se conocen y se provoca un interés. Si se gustan están o prueban que tal les va.
Una mirada, una caricia y luego un beso. Así empieza una relación de enamorados. Se deja de lado una frase romántica, el detalle de la rosa, una linda preposición para iniciar un enamoramiento. Sólo “se vive el momento” y el conocerse se deja para después. Por eso creo que muchas relaciones fracasan. Muchas cosas se pierden por creer que no tienen importancia. Quizá sea adjetivada de cursi, pero el amor no se basa en una mirada bonita, una caricia, un apasionado beso o una cita con sexo.

El amor se fundamenta cuando se conocen mutuamente y a pesar de todo compatibilizan. Conocerse implica tiempo y dedicación, invertir esa atracción en acercarse a conocerse profundo. Saber cuales son sus intereses, sus gustos, sus reacciones y su forma de ser con uno y con los demás. Y debemos tener en cuenta que nunca se termina de conocer a una persona. Se trata de amarse por sus cualidades, conociendo sus virtudes y sus defectos, queriendo a la otra persona y lo que puede llegar a ser, motivando sus ideales e impulsándola para lograr más.Alguna vez alguien me dijo que pensando así nunca encontraré a la persona “perfecta”. Yo no quiero encontrar a la persona perfecta, es más, huyo de las personas perfectas, porque sé que no lo son. No existen. Tampoco quiero jugar con alguien y dar de mi de a poquitos. Tal vez me tome tiempo encontrar a alguien que me valore por como soy, no por lo que ahora parezco ser sino por lo que puedo llegar a ser. Sé que me toca esperar. Pero al menos sé lo que quiero.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Previo dilema

Siempre me encuentro en un dilema. Quizás como toda mi existencia debo considerarla complicada. No sé a dónde ir.

¿“Huesos o músculos”?. De un extremo a otro buscando quien me cobije quien me haga sufrir. Es tarde; me acostumbre a tener que saborear dolor para sentirme viva. Qué sentido tiene el estar de pie frente a un gran espejo teniendo delante mío una maquina de pesas. Mirándome contemplando la pesa que acabo de dejar firme en su sitio. Qué sentido tiene seguir viviendo así ocultándome entre tanta gente queriendo llegar a algo de lo cual sin querer me prohíbo. No lo puedo evitar. Me siento culpable de comer. No puedo creer que antes me costaba tanto dejar de comer, ahora no quiero y me siento mal si no lo hago.

Me deprimo porque llego al gym y no tengo fuerzas ni para llegar a diez ejercicios con una pesa que ni siquiera tiene el peso mínimo. Es duro pero es real. Antes quería verme tan delgada. Me fascinaba pensar que algún día llegaría a mirar más de cerca mis costillas. En ese entonces sentía esa meta a largo plazo y tan difícil.

Hoy debo de comer si quiero ver músculos y no dará resultado si no me alimento bien. No sé qué comer y eso también me angustia. Me restrinjo tanto. Mi profe me dijo que comiera de todo. Yo quiero y lo necesito, pero no puedo. Mi mente esta programada a pensar que subir unos kilos más me veré obesa. Es que hay algo que no he dicho aún y me carcome. Me veo gorda.

viernes, 30 de octubre de 2009

Quiero vomitar mi alma

Es triste verme frente al espejo y sostenerme de la pared para no caer. La oscuridad solo dura segundos, pero siento que me acerca poco a poco a mi eterno sueño.


Es medio día de primavera. Tengo frío a pesar de tener dos casacas puestas. Tienes temor de sostener mi brazo y te entiendo. Uno no recuerda cómo llega hasta aquí, pero sí tiene presente siempre en su cabeza el porqué empieza. Los recuerdos son como puñaladas, te duelen, te hacen daño, pero te motivan.

Quiero contarte como empecé a planear mi propia muerte para llegar a convertirme en una princesa.
Quizás sea el principio de una enfermedad que me da curiosidad tener. Disfrutaría verme al espejo y contemplar mis huesos. Me da risa y ansiedad imaginar que llegue ese día, y no sé cómo hacerlo, ni siquiera sé vomitar bien, eso quiere decir que lo he intentado un par de veces.

Cuando estoy frente al retrete y observo la nada, no quiero hacerlo, mi cuerpo no se predispone a devolver lo que necesita para funcionar; mis dedos luchan por abrir las puertas de mi estómago y provocar la expulsión de todo lo que creo que me hace engordar. Para ser sincera, trato de vomitar todas las comidas del día, pienso en mi afán de desaparecer poco a poco y lo hago.



He terminado con un chico, de repente mi inconsciente quiere llamar su atención, que llegue el día que me vea y me diga que estoy más flaca, que sonría y se asegure que por él estoy así.
Pregúntame por qué lo hago, y no sé si es por él exactamente o por mí, porque yo misma quiero tener mis propios secretos, mi historia íntima, ser la chica normal, pero que esconde algo, no que sospechen, ni que estén seguros, sólo que por ahora no se den cuenta.

No creo que la bulimia y la anorexia sean una enfermedad. Esas tonterías de las que uno tiene que depender y no puede dejar para estar esquelética no es cosa mía, sólo quiero verme más flaca y aceptarme a mí misma. Pienso que es un estilo de vida, nadie dijo que es fácil ser una princesa, todo tiene su precio y si tengo que privarme de la comida, o devolverla, lo haré.

Soy hija de un conocido empresario de pinturas, y de su asistente. Mamá lo conoció en un seminario en la universidad y al terminar la carrera se casaron. Antes de abrir la fábrica que los dos juntos planearon, tuvieron a mis dos hermanos: Hugo, el mayor, y Juan, el que le sigue. Les fue muy bien en la empresa y salieron adelante. Luego nací yo. Creo que fuí un error porque después de Juan pasaron más de cinco años. A demás cuando conocí este mundo, que por cierto no me gusta, mi mamá regresó a trabajar después de dos años, así que me dejaron con una nana hasta que cumplí dieciséis. Por lo tanto, no fui planeada y por eso no me querían.

Me volví independiente desde muy pequeña, no me gusta que nadie me tenga pena, trato de que todos se sientan bien conmigo. No me permito ser egoísta y eso no me deja ser yo misma.

Tengo muchas habilidades, entre ellas crear historias. Soy la niña que siempre llegaba a fin de año con más de un diploma bajo el brazo, que tenía solo padres entre líneas porque nunca llegaron a ninguna actuación del “Día del padre o de la madre”. No lloraba en aquellos días con mis compañeras que no los tenían vivos, pero no estaba muy lejos de hacerlo.

Recuerdo a Roberto un amigo de cuando era adolescente.

–¿Bonita? ¿Quien, Briz? No, nada que ver. Anahí es mucho más bonita. –dijo él frente a sus amigos mientras discutían quién era la más linda de todas, estando yo presente.

Si alguien en la calle te dice que eres fea y gorda, no me importa porque es un total desconocido, pero si alguien que tú conoces, aprecias y estimas te dice que no eres bonita, el mundo se desmorona y quieres que se abra la tierra y caer dentro de ella y nunca más salir. Pero eso es sólo imaginación.

Me dolió. Salí corriendo con todas mis fuerzas en dirección a mi casa como si me persiguiera un perro. Subí a mi habitación, me tiré en mi cama y empecé a llorar, mi ser se quebrantó hasta lo más mínimo, las lágrimas que bañaban mi rostro iban acompañadas de una respiración que no podía controlar y el sonido hiso venir a mi hermano que se acercó y me preguntó qué tenía. No podía hablar, sólo sollozaba y lloraba sin pausa. Me controlé por unos segundos y le conté que me habían dicho que era fea, me sonrió y lo desmintió con una caricia en el cabello, me dijo que no haga caso, que sí era bonita y me dio plata para que me comprara algo que me guste.

No lo olvidé pero ya no le hago caso, hoy sé que lo que me perseguía hoy me atrapó. Gracias, Roberto, por decir que no era bonita, por compararme con una chica que no tenía un diente delantero pero era más delgada que yo, en serio gracias por contribuir con lo que los demás hoy ven de mí, o lo que queda de mí.

“Quiero vomitar mi alma”, eso quiero y quizás lo logre, nunca pensé en convertirme en una estadística, como todas las demás que luchan por ser perfectas “princesas de porcelanas”.
He descuidado mis estudios, los diplomas y notas altas ya se han borrado. Solo tengo sueño y lloro en soledad muchas horas cuando no puedo dormir. La relación con mis hermanos y mis padres es irritante, no los soporto. Me cansa escuchar, me cansa ser amable, me cansa respirar, me cansé ya de vivir.

Ayer mientras gritabas y te desesperabas por mi actitud tan egoísta de querer morir, me dio mucha cólera que perdieras tu tiempo conmigo. Tú piensas que yo no cambiaré y has perdido toda esperanza de que me recupere y sin embargo insistes, aunque en el fondo te resignas a que ya no tengo remedio. Cuando era niña caminabas de la mano conmigo, cuando fui creciendo y te diste cuenta que dejaba de comer no me dijiste nada, porque ya habías soltado mi mano.

-Déjame en paz, no tienes que vigilarme cuando como, como si fuera yo un animal. ¿Acaso te importó eso antes? Si me sigues mirando no voy a comer. ¡Vete!.

Después de la discusión yo gano, te manipulo y cuando tú lloras obtengo mi victoria. Te he vencido. Pero cuando veo que te volteas, te llevas las manos a la cara caminas y te vas, quiero correr detrás de ti, abrazare fuertemente, y pedirte perdón por hacerte tanto daño. Tú no tienes la culpa de lo que me he convertido. Quiero prometerte que comeré, que desarmaré mi castillo de mentiras, que desentornillaré la puerta que nos separa. No te vayas, no quiero que te vayas, porque sé que en tu ausencia tiraré la comida. Ya no llores, es mentira que te odio, pero ya no llores mamá.

Sé como te sientes, me destroza el alma y por eso también merezco morir. En realidad ayer otra vez deje que te fueras llorando, retiré de nuevo la comida y me fui a mi cuarto a llorar porque en realidad quería decirte que te amo.

Es primavera. Tengo frío. Me pregunto si vale la pena, y pienso en volver a ser una chica normal. Nunca lo fui. Ni siquiera desde antes que dejara de pesar todo lo que como, ni siquiera desde antes que decidiera morir por vivir.

Di unos pasos tomó de tu brazo y te vuelves mi soporte. Sonríes sin mirarme y veo que caen algunas lágrimas que no son las mías, pero esta vez ya no de tristeza. Me aferro a ti mucho más fuerte mientras avanzo y volteo a mirar el centro de rehabilitación sin dejar de caminar. Guardo la imagen y los recuerdos de un año que sobreviví en mi absurdo afán de desaparecer y seis meses que resistí yendo a terapia. Sé que todos esos recuerdos se quedarán allí dentro. Ya no me apuñalan. Los guardo muy bien porque desde hoy no miraré atrás.


Esta vez que te lo prometo mamá.

martes, 6 de octubre de 2009

¡Terminamos!

Tengo miedo. Estoy bañada en sudor. Me estoy muriendo y es una suerte porque al menos sólo deje que la muerte me acariciara. Mas no que me llevara.






“Acepto, con una condición”. Dijo Dalia a Sandro, para ella su ex pareja y según él, su futura víctima.

Llegamos una semana antes a la Isla irresistible de Sal, ubicada en Cabo Verde. Planeamos divertirnos y celebrar mi cumpleaños. Nos acompañaba Giorgia, o mejor dicho, yo las acompañaba. Ellas eran amigas desde la adolescencia, consideradas amantes del “windsurf”.




-Me interesas mucho Dalia, no he dejado de pensar en ti – le dijo Sandro.
-De eso no tengo duda, deja de enviarme mensajes a mi celular- le contestó ella.
-Ahora va enserio, no quiero perderte – insistió Sandro.
-No me perderás – dijo Dalia -. Porque ni siquiera me tienes.
-Sé que me sigues amando.
-No insistas. Ya me voy. Adiós Sandro.




Dalia y Sandro en tiempos pasados mantuvieron una relación de pareja que terminó, muy lejos de parecerse al final de los cuentos de hadas.



“Cuando lo conocí – me contó ella misma-. Me parecía un joven atractivo, muy simpático, siempre con un tema de que hablar y eso lo hacía más interesante. Yo me dedicaba a mi establecimiento balneario y él era guía turístico de la zona, como lo es hasta hoy. Él aún insiste. Yo ya di por terminada la relación, no te voy a negar que en ocasiones tuve miedo porque es muy controlador y obsesivo. Por eso Agnese conoce bien a los hombres antes de estar con alguno”.

A pesar de recordar esas palabras no predije lo que estaba sucediendo ahora, cargué mis heridas y seguí caminando. Lloraba sin parar.




La noche del jueves 8 de febrero, día de la cena, que por cierto, Dalia aceptó asistir con la condición de que la acompañáramos Giorgia y yo, tenía entendido que iríamos hacia Espargos. Sandro manejaba, vestía sport y una gorra, en el asiento de al lado estaba su amigo y nosotras tres íbamos en los asientos posteriores. Sandro cambió de ruta y se dirigió a Fontona. Dalia preguntó el motivo del cambio de planes.

Cuando llegamos, los caboverdianos sacaron a Dalia y a Gorgia, sin delicadezas ni consideraciones, las golpearon sin explicación alguna y les rociaron un spray. Continuando la ceremonia agresiva las apedrearon sin remordimiento.
Dentro del auto, desesperada intenté llamar por teléfono, pero su amigo se dio cuenta y una pedrada fue suficiente para que me quedara inconsciente, o al menos así parecía y fingí estarlo hasta la madrugada. Cuando se fueron, logré escapar.

Estaba en Shock. Se había secado la sangre de mis raspones en las piernas, y además las tenía moreteadas; mi cara estaba manchada con el maquillaje y las lágrimas me limpiaban el rostro mientras caminaba sin rumbo evocando lo sucedido, una y otra vez desde el principio.

La actuación de Sandro y la complicidad a sangre fría de su amigo no estaba clara y no había terminado. Enterraron a las dos chicas en un hoyo, que al parecer habían cavado con anticipación, Giorgia se resistió en no querer darle el gusto a la muerte o quizás soportó unos minutos más la respiración motivada por una esperanza marchita de librarse del mal, la habían enterrado viva.

Acompañada de una angustia que me mantuvo con vida, continúe caminando, sin dejar de sangrar por la cabeza. Llegué el viernes al amanecer al pueblo de Santa María. Horas más tarde la policía encontró los cadáveres de mis dos amigas sin vida. Esta vez la ruptura fue definitiva, al estilo de Sandro, que él y nadie más podrá entender. Los asesinos ya están en prisión, la policía ha cerrado el caso diciendo que fue un crimen pasional. Y yo aún no lo supero.





Fuente:



http://www.20minutos.es/noticia/200695/0/lapidadas/italianas/amor/ http://www.libertaddigital.com/sociedad/lapidan-a-dos-italianas-en-cabo-verde-hasta-la-muerte-1276298785/

martes, 22 de septiembre de 2009

Un sí pronunciado a mano.

Me preguntó si yo quería, si estaba segura de querer hacerlo, estaba de más o resultaba incomodo preguntar si tenía ganas.


He visto pasar ésta escena en mi mente más de una vez. Estaba sentada en aquel auto, a su lado sintiéndome niña, teniendo que tomar una decisión de mujer. Nos acompañaba éste sol cómplice de nuestras salidas, tratábamos de escondernos en la luz. Es difícil cuando no sabes lo que quieres, las decisiones en la vida, no tienen como alternativa un rojo o azul, son más que eso, en ese momento no sabía que hacer, si dejarme llevar por lo que quería o negarme a querer lo que quiero; no estaba muy lejos de elegir la forma en la que iba a morir, pero me daba pánico y me tenía miedo, porque me conozco, estaba entre un NO o un SI.

Su mirada fija en la mía esperando mi respuesta, era tarde pero cuando veía esos ojos el tiempo pasaba a formar parte de todo lo que no usaré y guardo en cajas debajo de mi escalera. Dije que sí, o quizás entendió que así fue, se bajo del auto entró al edificio y reservo una habitación, esos minutos allí sola fueron una eternidad, me arrepentí de haber dicho que sí y no me sorprendió, me detesto cuando pienso siempre después de hablar.


Regresó, se acerco para avisarme que subiera, dudando y no tan expresiva, bajé del auto, nerviosa, mentiría si dijera que me sentí como la primera vez, porque la primera experiencia, tarde mucho en superarla que me obligué olvidar. Entramos, él buscaba mi mano y no la encontró muy dispuesta, así que me sujetó de la cintura. Subimos las escaleras y pasamos por recepción, si me vieran con él dudarían de que veníamos juntos, a simple vista no tenemos nada en común, por ejemplo los tiempos, aproximadamente más de una década, pero tampoco nos confundirían como a un padre y su hija, aparento la edad suficiente.


Aumentaban mis nervios, seguimos caminando hasta llegar al bendito número que no recuerdo, pero sé que existe. Abrió la puerta, entramos, era amplia, sencilla y muy acogedora. Me dijo que me pusiera cómoda, tenía por costumbre abandonarme al don de observar cada detalle, me quedaba mirando todo alrededor, los cuadros clásicos, el color oscuro de las cortinas, el diseño del piso y las paredes, el juego de los muebles, y a él cuando se daba cuenta que me perdía en mis pensamientos.
Las mujeres sabemos cuando un hombre te dice que te extraña, pero no entendemos lo que realmente significa.

Lo miré y se acerco a mí, la medida exacta de lo que nos separaba eran milímetros, era casi un poquito más a comparación de kilómetros de separación, de horas, días y meses. Me abandoné a mis ganas de sentirme amada, su cuerpo junto al mío me otorgaba protección y me sentía tan pequeñita pero con poderes de súper heroína. Le arranqué un te amo para asegurarme de que tengo algún valor, y que entregarse no es sólo por instinto, ni placer.
Por momentos sentía que no valía la pena estar viva, como cuando detenía el tiempo con su mirada, yo me mantuve en silencio todas la veces que se pausaba el arte de besar, me preguntó si era feliz y yo le respondía, cuando estoy contigo lo soy, y me repetía la misma pregunta eres feliz hasta que le dijera que si.
¿Acaso era realmente feliz?, me miento diciéndome que sí, pero se lo dije porque quizás en ese momento con su presencia me sentía bien, porque no lo era cuando lo extrañaba en situaciones difíciles, algo que el no entendía, yo no era controladora, es demasiado pedir que me mensajera una vez al día y me dijera que me amaba, es acaso mucho llamarme para que me pregunte si necesito algo, o quizás exageraba al pedirle que quería que me recogiese cuando se me hacia tarde porque me molestaba las obscenidades de algunos hombres cuando caminaba, o como le explico a la persona que le entregue mi primera vez, que lo amo y lo necesito, pero no sólo “lo necesito” para demostrarle que lo amo “de está manera”, o quizás estaba equivocada al querer que me proteja.

Tenía tanto que reclamarle, pero no era el momento, ni tampoco el lugar.
Era contradictorio, quizás esa era la cuarta parte de la razón del porque no decía nada. Reíamos mucho, mientras jugábamos a entrelazar nuestros cuerpos y unir nuestras almas, no recuerdo cuando fue que me emprendí a jugar un “juego del grandes”, Recordé al tiempo, y me fijé que era tarde, así que nos alistamos para irnos, entré al baño y frente al espejo me arrepentí de haber aceptado, me miré fijamente, empañé el espejo con mi respiración nerviosa y me dieron ganas de llorar, no sé porque, o si lo sé pero no lo quiero admitir porque me duele el alma. Aún me duele.
Nos despedimos con un tierno beso y bajamos juntos aquellas mismas escaleras, pero me sentía diferente, como si algo de mí se hubiera quedado en esa habitación, pero ahora mi corazón estaba con él.

Antes de que me hiciese esa pregunta que al principio me ponía entre la vida y la muerte, me hizo prometer que después de estar juntos no me iba a poner mal, debo entender que se refería a que no quería verme llorar o mandarle mensajes que dijeran que me siento vacía, sola, y que lo necesito, reclamarle por teléfono que me abandona cuando me siento triste o huye de mi en mis peores momentos, para él eso era muestra de inmadurez.

 ¿Puede acaso una chica entregarse y dejar de lado los sentimientos?, y ¿hacer como si nada importante hubiese pasado?, lo cierto es que fue en vano haberle prometido que iba a estar bien, cuando yo sé que esa felicidad abstracta solo dura minutos. Si está lejos me siento triste y si él viene también, porque sé que se volverá a ir.

Es algo absurdo, como un SI escrito a mano, como todas veces que me miento y me hago creer que no me sentiré mal luego de dar un pedacito de mi entre sábanas. Una vez más me arrepentí de haber dicho que Sí aquella tarde.