viernes, 30 de octubre de 2009

Quiero vomitar mi alma

Es triste verme frente al espejo y sostenerme de la pared para no caer. La oscuridad solo dura segundos, pero siento que me acerca poco a poco a mi eterno sueño.


Es medio día de primavera. Tengo frío a pesar de tener dos casacas puestas. Tienes temor de sostener mi brazo y te entiendo. Uno no recuerda cómo llega hasta aquí, pero sí tiene presente siempre en su cabeza el porqué empieza. Los recuerdos son como puñaladas, te duelen, te hacen daño, pero te motivan.

Quiero contarte como empecé a planear mi propia muerte para llegar a convertirme en una princesa.
Quizás sea el principio de una enfermedad que me da curiosidad tener. Disfrutaría verme al espejo y contemplar mis huesos. Me da risa y ansiedad imaginar que llegue ese día, y no sé cómo hacerlo, ni siquiera sé vomitar bien, eso quiere decir que lo he intentado un par de veces.

Cuando estoy frente al retrete y observo la nada, no quiero hacerlo, mi cuerpo no se predispone a devolver lo que necesita para funcionar; mis dedos luchan por abrir las puertas de mi estómago y provocar la expulsión de todo lo que creo que me hace engordar. Para ser sincera, trato de vomitar todas las comidas del día, pienso en mi afán de desaparecer poco a poco y lo hago.



He terminado con un chico, de repente mi inconsciente quiere llamar su atención, que llegue el día que me vea y me diga que estoy más flaca, que sonría y se asegure que por él estoy así.
Pregúntame por qué lo hago, y no sé si es por él exactamente o por mí, porque yo misma quiero tener mis propios secretos, mi historia íntima, ser la chica normal, pero que esconde algo, no que sospechen, ni que estén seguros, sólo que por ahora no se den cuenta.

No creo que la bulimia y la anorexia sean una enfermedad. Esas tonterías de las que uno tiene que depender y no puede dejar para estar esquelética no es cosa mía, sólo quiero verme más flaca y aceptarme a mí misma. Pienso que es un estilo de vida, nadie dijo que es fácil ser una princesa, todo tiene su precio y si tengo que privarme de la comida, o devolverla, lo haré.

Soy hija de un conocido empresario de pinturas, y de su asistente. Mamá lo conoció en un seminario en la universidad y al terminar la carrera se casaron. Antes de abrir la fábrica que los dos juntos planearon, tuvieron a mis dos hermanos: Hugo, el mayor, y Juan, el que le sigue. Les fue muy bien en la empresa y salieron adelante. Luego nací yo. Creo que fuí un error porque después de Juan pasaron más de cinco años. A demás cuando conocí este mundo, que por cierto no me gusta, mi mamá regresó a trabajar después de dos años, así que me dejaron con una nana hasta que cumplí dieciséis. Por lo tanto, no fui planeada y por eso no me querían.

Me volví independiente desde muy pequeña, no me gusta que nadie me tenga pena, trato de que todos se sientan bien conmigo. No me permito ser egoísta y eso no me deja ser yo misma.

Tengo muchas habilidades, entre ellas crear historias. Soy la niña que siempre llegaba a fin de año con más de un diploma bajo el brazo, que tenía solo padres entre líneas porque nunca llegaron a ninguna actuación del “Día del padre o de la madre”. No lloraba en aquellos días con mis compañeras que no los tenían vivos, pero no estaba muy lejos de hacerlo.

Recuerdo a Roberto un amigo de cuando era adolescente.

–¿Bonita? ¿Quien, Briz? No, nada que ver. Anahí es mucho más bonita. –dijo él frente a sus amigos mientras discutían quién era la más linda de todas, estando yo presente.

Si alguien en la calle te dice que eres fea y gorda, no me importa porque es un total desconocido, pero si alguien que tú conoces, aprecias y estimas te dice que no eres bonita, el mundo se desmorona y quieres que se abra la tierra y caer dentro de ella y nunca más salir. Pero eso es sólo imaginación.

Me dolió. Salí corriendo con todas mis fuerzas en dirección a mi casa como si me persiguiera un perro. Subí a mi habitación, me tiré en mi cama y empecé a llorar, mi ser se quebrantó hasta lo más mínimo, las lágrimas que bañaban mi rostro iban acompañadas de una respiración que no podía controlar y el sonido hiso venir a mi hermano que se acercó y me preguntó qué tenía. No podía hablar, sólo sollozaba y lloraba sin pausa. Me controlé por unos segundos y le conté que me habían dicho que era fea, me sonrió y lo desmintió con una caricia en el cabello, me dijo que no haga caso, que sí era bonita y me dio plata para que me comprara algo que me guste.

No lo olvidé pero ya no le hago caso, hoy sé que lo que me perseguía hoy me atrapó. Gracias, Roberto, por decir que no era bonita, por compararme con una chica que no tenía un diente delantero pero era más delgada que yo, en serio gracias por contribuir con lo que los demás hoy ven de mí, o lo que queda de mí.

“Quiero vomitar mi alma”, eso quiero y quizás lo logre, nunca pensé en convertirme en una estadística, como todas las demás que luchan por ser perfectas “princesas de porcelanas”.
He descuidado mis estudios, los diplomas y notas altas ya se han borrado. Solo tengo sueño y lloro en soledad muchas horas cuando no puedo dormir. La relación con mis hermanos y mis padres es irritante, no los soporto. Me cansa escuchar, me cansa ser amable, me cansa respirar, me cansé ya de vivir.

Ayer mientras gritabas y te desesperabas por mi actitud tan egoísta de querer morir, me dio mucha cólera que perdieras tu tiempo conmigo. Tú piensas que yo no cambiaré y has perdido toda esperanza de que me recupere y sin embargo insistes, aunque en el fondo te resignas a que ya no tengo remedio. Cuando era niña caminabas de la mano conmigo, cuando fui creciendo y te diste cuenta que dejaba de comer no me dijiste nada, porque ya habías soltado mi mano.

-Déjame en paz, no tienes que vigilarme cuando como, como si fuera yo un animal. ¿Acaso te importó eso antes? Si me sigues mirando no voy a comer. ¡Vete!.

Después de la discusión yo gano, te manipulo y cuando tú lloras obtengo mi victoria. Te he vencido. Pero cuando veo que te volteas, te llevas las manos a la cara caminas y te vas, quiero correr detrás de ti, abrazare fuertemente, y pedirte perdón por hacerte tanto daño. Tú no tienes la culpa de lo que me he convertido. Quiero prometerte que comeré, que desarmaré mi castillo de mentiras, que desentornillaré la puerta que nos separa. No te vayas, no quiero que te vayas, porque sé que en tu ausencia tiraré la comida. Ya no llores, es mentira que te odio, pero ya no llores mamá.

Sé como te sientes, me destroza el alma y por eso también merezco morir. En realidad ayer otra vez deje que te fueras llorando, retiré de nuevo la comida y me fui a mi cuarto a llorar porque en realidad quería decirte que te amo.

Es primavera. Tengo frío. Me pregunto si vale la pena, y pienso en volver a ser una chica normal. Nunca lo fui. Ni siquiera desde antes que dejara de pesar todo lo que como, ni siquiera desde antes que decidiera morir por vivir.

Di unos pasos tomó de tu brazo y te vuelves mi soporte. Sonríes sin mirarme y veo que caen algunas lágrimas que no son las mías, pero esta vez ya no de tristeza. Me aferro a ti mucho más fuerte mientras avanzo y volteo a mirar el centro de rehabilitación sin dejar de caminar. Guardo la imagen y los recuerdos de un año que sobreviví en mi absurdo afán de desaparecer y seis meses que resistí yendo a terapia. Sé que todos esos recuerdos se quedarán allí dentro. Ya no me apuñalan. Los guardo muy bien porque desde hoy no miraré atrás.


Esta vez que te lo prometo mamá.

No hay comentarios: