Me pasaba de niña. Llegaba del colegio y en el proceso de desvestirme el uniforme sin darme cuenta tenía mis piernas estiradas y levantadas en posición paralela a la pared. Tratando de llegar a los más alto, me cansaba, cruzaba las piernas y me perdía en mi pensar. Jugaba con mis vivencias ya pasadas en el plano Z de mi habitación. El tiempo que transcurría en esa posición no la recuerdo, pero si me recuerdo perdida o en algún lugar de mi día transcurrido.
Hoy también me descubrí con mis piernas largas así, y mirando el techo. No sé cuánto ha pasado desde que no publico algo en este blog. No es mi diario, señores. Pero debo confesar que sí he escrito mientras he estado ausente, no lo suficiente, pero por la poca cordura que me queda, aún no me atrevo a publicar.
La más sincera verdad es que me he dedicado a vivir. Sí, a vivir un descontrol moderado. A escribir de forma empírica en mi cabeza. A tragarme angustias producto del imponente olvido. A dejar de lado el sentimentalismo y andar sin alma. A desnudarme sin mí. A mentirme a mí misma sabiendo que lo haré. A bailar hasta no parecerme. A intentar caer para saber qué se siente. A desperdiciar mi inocencia para no ser sorprendida. A perderme para encontrarme.
Tantas cosas que podría decir, más bien, escribir. O lo mejor que me sale bien sin dejar de hacer las dos cosas, TRANSMITIR.
Hola de nuevo.
Hola de nuevo.
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